¿Y ESE PUEBLO QUEMADO QUÉ...?
Son varias las versiones que – aseguran- la quema de Chaguaramal del Peral. Unos afirman que un grupo de rebeldes emancipadores, ya obstinados del régimen colonial, prendieron candela a Chaguaramal; otros, adjudican las llamas al General Pedro Zaraza, que en pleno verano incendió la comarca, posiblemente porque existían muchos tránsfugas que un día querían independencia y al otro eran realistas. (Quizá los Godos aquí establecidos se encargaban de traficar con ese asunto.) Hay quienes apuntan a una gran borrachera al mando de un jefe realista que era un alambíque, y sus soldados luego de una gran rasca zumbaron la flama etílica sobre el pueblo. (Armas Chity)
Hoy no están ni el taita Boves ni los Godos incendiando las llanuras, por que los estilos cambiaron. Ya son otras luces que iluminan las noches tétricas, a la mano de estos nuevos incendiarios gatillos alegres, a motoneta ronroneante son el nuevo azote de la región.
Y suponiendo plausible el amor y cultivo a esta “ciudad”, son muchos los que quieren liberarse de este triste legado aguardentoso, con licorerías graneando a cada esquina, y encontrar otras vías de escape para paliar los vicios. Pero la cosa se hace difícil, cuando año tras año, ante las sombras de un bochinche oficializado, con parafernalias de lecturitas que han pretendido narrarle a las generaciones en curso, una difusa historiografía Municipal: Que si el avión de Jimmy fue una hazaña; monumentos a un hombre que vendía estiércol; que si por el río vino el mas ricachón, y tantas ambigüedades y cuchufletas de kínder. Y, para contrarrestar esas, recordemos aquel Clarines Juan Santa María, último botero que cursó el navegable río Unare, en miras de llevar carne salada y otras especies agrícolas rumbo a las Antillas.
Y para evocar tan solo un ejemplar, como lo fue aquel Antonio José Sotillo, dedicado con entereza al campo de las ciencias, que menos mal nunca se le ocurrió “dirigir” su liceo, montando carajitos a su carruaje para manosearlos y besarles el canutico, todavía hoy no existe galería física que rescate del polvo aquellas aureolas que hoy solo se rememoran a la hora de la pachanga.